29.12.08. En los motivos que tenemos los carlistas para oponernos al actual sistema democrático, vamos a distinguir el orden temporal del orden sobrenatural.

La sociedad humana tiene sus fundamentos independientes de la Fe, de la Revelación. Ello no quiere decir que pueda construirse sobre cualquier clase de fundamentos. Pues el orden temporal exige un orden, unas estructuras justas.

En el plano puramente humano los carlistas rechazamos la democracia actual porque es una mentira; es una farsa. La sociedad necesita disponer de barreras contra los abusos del poder y cauces para una real participación política. Hoy la sociedad está desamparada frente a las arbitrariedades de los que mandan. Los cauces actuales para la participación política son ficticios. Podemos votar, pero nada más. Y ante lo que se ve en el día a día de la política, no creemos necesario extendernos en más consideraciones.

Los cristianos defensores del actual sistema incurren en el error de creer que como tales cristianos no tienen nada que decir en su contra. Y olvidan que si, a las luces de la razón, el sistema es injusto, cualquier hombre, también el cristiano, está obligado a denunciarlo como tal. El sistema está viciado en su naturaleza y la Gracia no suple a la naturaleza.

Pero además, el sistema actual se basa en una idolatría. Aquello que decreta el que gobierna está por encima de toda norma anterior. Está por encima de todo. En este sistema el poder se ha convertido en un dios. Aunque sus defensores no se atrevan a pronunciar la palabra proscrita.

Desde el campo católico se reclama el derecho a la libertad religiosa que proclaman los principios democráticos. Desde el campo liberal no se niega formalmente esta libertad, pero se conculca repetidas veces. A las voces sensatas que reclaman una laicidad positiva, contestan los liberales que la laicidad no necesita de calificativos. Persisten en su laicismo perseguidor.

Y lo triste del caso es que hay muchos católicos que a sus postulados políticos han añadido, con categoría de dogma, la adhesión al actual sistema.

No nos importa ponernos pesados. Por eso recordamos que el actual sistema se basa en que por encima del poder político no hay ninguna instancia que lo limite. Para ser buen demócrata es preciso aceptar la divinidad de ese poder. Así como suena. A quienes insisten en que por encima del poder hay una ley natural les contestan los demócratas de solera que no hay más ley que la que apruebe el parlamento.

Y los carlistas no podemos aceptar eso. Sería volver a los tiempos de los césares romanos. Entonces los cristianos eran echados a las fieras porque se negaban a ofrecer incienso ante las imágenes de los emperadores. No se les pedía que renegasen verbalmente de su Fe. Bastaba con que se prestasen, aunque fuera externamente, a una simple ceremonia.

La situación presente es exactamente igual. Nos permiten practicar la religión en nuestros templos. No nos exigen renegar de ningún artículo de la Fe. Pero sí que reconozcamos que por encima del poder político no hay ningún otro poder. Ese es el incienso que nos exigen ofrecer al césar de hoy, que es la democracia liberal.

Y CONTESTAMOS CON NUESTRO NO

Carlos Ibáñez Quintana