Entre la anarquía y el despotismo
19.01.2010. En el programa “El Gato al Agua” de Intereconomía, hemos tenido la oportunidad de ver un rifi-rafe entre la nacionalista catalana Pilar Rahola y un joven del Valle de Arán. Se trataba de un problema relacionado con la presencia de los osos en el mismo. Sostenía el aranés que el problema debe resolverse desde el propio Valle sin intromisiones desde Barcelona. La Rahola negó tal derecho. El joven argumentaba diciendo que lo que él pedía era lo mismo que ella pedía para Cataluña respecto de Madrid. El argumento definitivo de la nacionalista fue:
-¿Acaso el Valle de Arán es una nación?
Ya salió la palabra mágica: “Nación”. No hay una palabra más manoseada en las discusiones políticas de hoy y sin embargo no hay término más impreciso en el Derecho Político. ¿Puede alguien decirnos qué es una Nación?
En un nominalismo extremo se concede a la palabra un poder mágico. Como Cataluña es “nación” tiene derechos. Pero ¿quien puede asegurarnos que Cataluña sea nación? Desde hace años y siguiendo el magisterio de los difuntos Elías de Tejada y Álvaro D’Ors evitamos, en lo posible, el uso de tal palabra. Ni siquiera decimos que España sea nación. Cuando leíamos que Jordi Pujol repetía que “Cataluña es nación; España no es nación”, pensábamos “¿Y qué?”.
El Término “nación” aparece en el Derecho Político con la Revolución francesa. Nadie osará decir que España no había existido hasta entonces. Pues a aquella España, que no era nación, ni falta que le hacía serlo, nos referimos nosotros y aspiramos volver a los tiempos en que los españoles vivíamos unidos por la Fe en un mismo Dios y la lealtad al mismo Rey.
Son las consecuencias de la Revolución que ha desterrado a Dios de la vida pública. Dios ha creado al hombre como animal sociable. Dios ha creado la sociedad a la vez que al hombre. Prescindamos de Dios y de su paternidad universal. Exaltemos al individuo como lo hace la Revolución. ¿Qué estimulo unirá a unos hombres con otros para formar la sociedad?
Cuando la Revolución francesa se encuentra ante ese problema inventa la palabra “nación”. La “nación” nos mantiene unidos. Nos mantiene unidos, en realidad, la naturaleza, obra de Dios.
La vida social es imposible sin una autoridad. Si la autoridad no viene de Dios, vendrá del diablo. La Revolución crea poderes soberanos que no reconocen ninguna autoridad superior. Sus gobernantes ya no son hombres que reflexionan a la luz de la Verdad para lograr lo mejor para sus súbditos. Son hombres que se han emancipado de Dios. Ellos mismos actúan como dioses. Y nace el centralismo igualitario que anula toda sociedad de rango inferior. Que borra toda ley que haya nacido de la costumbre para resolver las necesidades específicas de cada grupo social.
Llega a una situación insostenible y la reacción de la sociedad no se hace esperar: es necesaria una descentralización. Hay que reconocer autonomía a las regiones. Y surge el estado actual.
Pero esas autonomías se construyen y desarrollan con el mismo criterio revolucionario de que Dios debe quedar ausente de la vida pública. Cada una de esas autonomías se convierte en un diosecillo también racionalista, centralista e igualitario que oprime a la sociedad que gobierna. ¿Por qué se han de resolver desde Barcelona el problema de los osos del Valle de Arán? Y tienen razón quienes se hacen esa pregunta. Seguramente que quienes deciden desde Barcelona el problema, no han visto un oso en su vida, fuera de los zoos o de los circos.
Hubo un tiempo en que los españoles pensaron que los problemas originados por el centralismo, podrían arreglarse con estatutos de autonomía. Surgieron movimientos en los que participamos los carlistas con todo entusiasmo, e incluso los impulsamos. Hoy, a la vista de lo que ha resultado este estado de las autonomías, podemos decir que todo ello fue una inmensa equivocación.
No nos duelen prendas al calificar de equivocados a nuestros dirigentes de aquellos tiempos. Y lo hacemos sin merma de la admiración y cariño que nos suscita su recuerdo. Eran hombres falibles y se equivocaron. Como nos habríamos equivocado nosotros de haber vivido en aquellos tiempos. Nosotros mismos hemos de confesar que cuando se puso a votación el actual estatuto vasco, optamos por la libertad de voto para nuestra gente. Pensábamos que si bien lo que se aprobaba no era lo nuestro, al menos se reconocía una personalidad a la región que había sido negada hasta entonces por el centralismo liberal.
Metimos la pata hasta la ingle. La ventaja que tiene una autonomía es la eficacia en la gestión. Pues esa eficacia está siendo usada por los actuales gobiernos autonómicos (unos más que otros) para deshacer la sociedad al dictado de los principios de la Revolución. Dictados que, en definitiva, proceden de Satanás.
Resumiendo: el verdadero mal está en la sociedad que nos proporciona el liberalismo. Por su no sometimiento a una ley superior, cada gobierno liberal se vuelve tiránico. Se quiere paliar esa tiranía concediendo autonomías, que se convierten en nuevas tiranías. ¿Se resolvería el problema de los osos concediendo al Valle de Arán autonomía respecto a Cataluña? No es muy seguro. Lo que cualquiera puede ver es que ese camino de conceder autonomías dentro de las que ya existen nos llevaría a la anarquía. Y es que ese el triste destino de las sociedades que siguen los principios de la Revolución: oscilar entre la anarquía y el despotismo.
Carlos Ibáñez Quintana